Mi casa empieza en casa
y termina en la plaza.
Sentado por la mañana
veo la plaza por mi ventana.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
La plaza es de mucha gente
y a veces mía solamente.
Hay pájaros escondidos
que en el cielo tienen su nido.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
Un hombre de delantal
vende manzanas de cristal.
Mi abuelo se saca el sombrero
y toma agua en el bebedero.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
Mi casa empieza en casa.
(Fragmento de "Canción de la Plaza"
Sentado por la mañana
veo la plaza por mi ventana.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
La plaza es de mucha gente
y a veces mía solamente.
Hay pájaros escondidos
que en el cielo tienen su nido.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
Un hombre de delantal
vende manzanas de cristal.
Mi abuelo se saca el sombrero
y toma agua en el bebedero.
Y me despierta con su alegría
que es de la gente y también mía.
Mi casa empieza en casa.
(Fragmento de "Canción de la Plaza"
interpretado por Pipo Pescador)
(Este post está basado en un relato real publicado hace años en la sección "Mi Infancia en el Recuerdo" de la Revista "Anteojito". Los nombres fueron cambiados para una mejor interpretación de los protagonistas y se puede aplicar al lector que pose sus ojos en este relato. Adaptación de D.W.)No sé si fue la nostalgia o la esperanza lo que me llevó aquella tarde a la pequeña plaza del barrio donde había vivido de niño hace ya muchos años. Sólo sé que me encontré allí, de repente, sentado en uno de sus muchos duros bancos de piedra, mirando juagar a otros niños en los mismos sitios donde jugué en otras épocas. Iban y venían como pájaros en bandada: los había de todos los tipos, pero a mí -no sé por qué- me llamó la atención uno algo morochito, no muy alto y más bien flaco, que era como una ardilla de puro travieso. Tal vez fue el nombre... -sus compañeros lo pronunciaron varias veces: se llamaba Daniel, como yo- tal vez fue porque realmente me parecía al niño que yo había sido. El caso es que me identifiqué con él casi enseguida: me veía a mí mismo corriendo con sus piernas, gritando con su voz y saltando con sus pies que no sabían estarse quietos en ningún momento. Empezé a interesarme en el juego, tomando partido por mi tocayo contra todos: alegrándome cuando ganaba, entristeciéndome cuando fallaba. La cosa hubiera quedado ahí y nuy probablemente yo habría olvidado el cuadro enseguida -y la plaza oficiaba de marco adecuado- si de pronto, no hubiese sucedido algo que me estremeció de pies a cabeza: un voz de mujer llamó: "- Daniel! Dany!"
El corazón se me detuvo de tal manera que ni siquiera tuve fuerzas para darme vuelta y mirar. Quedé así, tan quieto y tan frío como el banco de piedra sobre el que estaba sentado, suspendido en el tiempo por la tremenda emoción. Porque aquella voz era la de mi madre (o por lo menos así me lo parecía); nada me hizo salir del encantamiento, ni la mujer repitió el llamado ni yo me atreví a mirarla. Quise grabar para siempre ese momento como el mejor regalo que aquella pequeña plaza querida podía hacerme con la ilusión de que era realmente mi madre quien me llamaba... a mí y no a aquél niño.
-D.W.-